Extraído de Contra Info
Es sabido que el poder se esfuerza cada día por incrementar su
capacidad de neutralizar y aniquilar la oposición radical contra el
sistema de dominación. En este esfuerzo, una herramienta importante para
el enemigo es la obtención de información que le permita identificar,
acusar y/o encerrar a los revolucionarios. Así es como la historia del
enfrentamiento contra el poder nos entrega numerosos casos de delatores,
espías, infiltrados, colaboradores, arrepentidos, difamadores,
chivatos, sapos, topos, y una lista larga de variaciones y
denominaciones para catalogar a individuos que de una u otra manera
entregan información a los aparatos represivos del sistema para acabar
con los rebeldes.
A partir del asco que nos produjo enterarnos que el delator Gustavo Fuentes Aliaga concedió desde la cárcel una entrevista
a la prensa del poder, a tres años de la huida rebelde del compañero
Diego Ríos –cuya madre, independientemente de las causas que
contribuyeron a ello, lo acusó a la policía – y a un año del accidente
del compañero Luciano Pitronello –quien se ha negado a delatar a su
compañero -, nos interesa hoy compartir algunas reflexiones sobre los
delatores, aquellas personas que desde dentro o fuera de entornos de
lucha entregan compañeros a la policía.
Algunas experiencias del pasado reciente.
La existencia de este tipo de personajes ha acompañado el recorrido
histórico de la lucha revolucionaria por la libertad, y el caminar
propio de las tendencias anárquicas no ha sido la excepción. Casos para
contar hay varios en el pasado y en la historia reciente, en Chile y el
extranjero. Por ejemplo, en el contexto de la dictadura militar de
Pinochet (1973-1990), muchas personas guardaron un terrible silencio
ante el temor de ser escuchados por algún vecino, compañero de trabajo o
estudio convertido en informante de los aparatos represivos. El poder
sembró a sus informantes en distintos espacios y cosechó una
desconfianza entre los oprimidos que contribuyó a desarticular lazos de
resistencia.
Para el caso de organizaciones que abogaban por la vía armada al
socialismo como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), en los
primeros meses y años de la dictadura, entregar nombres de compañeros
bajo tortura a los aparatos represivos era algo imperdonable, un estigma
que el “traidor” debía cargar de por vida. A pesar de que la tortura es
una práctica histórica de la violencia de los dominadores, ni los
integrantes del MIR ni los militantes de izquierda en general tuvieron
una idea clara de la intensidad y amplitud de la represión dictatorial
hasta que la sintieron directamente sobre sus cuerpos a través de
torturas dolorosas y prolongadas que en muchos casos lograron quebrar la
voluntad de los individuos y llevarlos a mencionar algunos nombres o
lugares para cesar los suplicios corporales. Los peores casos fueron los
de militantes que se pusieron a colaborar con los agentes del Estado de
manera más o menos permanente, indicándoles puntos de encuentro,
haciéndose parte de emboscadas o de las mismas sesiones de tortura, como
los casos de la “Flaca Alejandra” y el “Guatón Romo”, ex militantes de
izquierda que trabajaron para la policía secreta de la dictadura,
sacando a la luz lo peor del ser humano. Esos casos de colaboración
consentida son para nosotros repudiables. Sobre los que entregaron
nombres bajo tortura el análisis debe ser otro pero sin olvidar también
el hecho de que las torturas pueden ser aguantadas, como lo demostró una
minoría de militantes que logró sobrevivir a los tormentos sin decir ni
una palabra, mientras que otros tantos murieron sin entregar
información. Toda esta realidad influyó en que los antes férreos
criterios para juzgar a los que entregaron información bajo tortura
comenzaron posteriormente a ser repensados por los mismos protagonistas o
por militantes de otras organizaciones armadas de izquierda ante la
realidad de lo que estaba sucediendo.
Llegada la democracia en 1990, los partidos de gobierno se encargaron
de desarticular a la resistencia armada anticapitalista que continuó
operando. Para ello, una de sus estrategias fue construir una política
antisubversiva que contaba con una red de delatores e infiltrados
provenientes de las mismas organizaciones de lucha armada reclutados en
prisión a cambio de beneficios o simplemente entre militantes o
colaboradores activos de esas organizaciones. Así fue detenido a
principios de la década del 90 el “Comandante Ramiro” del Frente
Patriótico Manuel Rodríguez, luego de que un colaborador de la
organización lo entregara a la policía. Ramiro logró fugarse después en
helicóptero de la Cárcel de Alta Seguridad junto a otros rodriguistas en
1996, encontrándose actualmente encarcelado en Brasil por secuestrar a
un empresario junto a un “Comando Internacionalista”. Por su parte, el
delator apareció muerto tiempo después con un disparo en su cabeza.
Otro despreciable delator y colaborador de la policía en ese contexto
fue Humberto López Candia, ex integrante del MIR reclutado a principios
de la década del 90 por los aparatos de inteligencia del régimen
democrático para infiltrarse en grupos subversivos y entregarlos a la
represión. Fue uno de los principales informantes de la política
antisubversiva de los gobiernos democráticos a principio de la década
del 90. Entre otras tareas, participó el 22 de enero de 1992 en un
traslado de armas del “Destacamento Mirista Pueblo en Armas” el cual,
gracias a la colaboración de López Candia, estaba siendo monitoreado por
la policía. En medio de la operación, el informante dejó a los
sorprendidos subversivos a merced de los agentes del poder. Al igual que
el delator del Caso Bombas, Gustavo Fuentes Aliaga
(El Grillo), López Candia en 1997 también concedió una entrevista a la
prensa del poder, con un aspecto muy similar al de El Grillo.
Casos recientes donde ha rondado el fantasma de la delación.
La “buena madre” de Diego Ríos.
La “buena madre” de Diego Ríos.
El 24 de Junio de 2009, una mujer descubrió en un inmueble de su
propiedad un bolso con supuesto material para fabricar explosivos.
Inmediatamente dio aviso a las policías y estas dictaron una orden de
captura para su hijo, un joven cercano al Centro Social Autónomo Jonny
Cariqueo (valioso espacio donde se difundían ideas y prácticas
antiautoritarias que fue cerrado durante los meses siguientes a las
detenciones del Caso Bombas en 2010). El nombre del joven, Diego Ríos,
compañero antiautoritario que desde aquel día elude a la ley y la
prisión, transformándose en el primer clandestino conocido de la nueva
ofensiva anarquista/antiautoritaria en la región chilena. Su madre
entregó a los fiscales y a la prensa información sobre las ideas de vida
su hijo y sobre los espacios y personas a los que estaba vinculado. ¿La
mujer tuvo miedo de lo que encontró? ¿Actuó como “buena madre”? ¿Como
buena ciudadana? ¿Creyó ingenuamente que los fiscales y la cárcel
realmente la ayudarían a encontrar a su hijo y sacarlo de los
“terribles” pasos de la insurrección? Que cada uno saque sus propias
conclusiones. El compañero Diego Ríos ya sacó las suyas y las hizo
públicas en su primer comunicado, haciendo visible una tensión
permanente a resolver: la tremenda necesidad de que los grupos autónomos
cuenten con su propia infraestructura, para no meter en problemas a
otros que a su vez puedan reaccionar negativamente y meter en problemas a
los insurrectos.
El Grillo “nihilista” delator.
El Grillo “nihilista” delator.
Sin duda uno de los casos de delatores más significativos del último
tiempo ha sido la colaboración prestada por Gustavo Fuentes Aliaga (El
Grillo) a las policías y fiscales investigadores del “Caso Bombas”. Este
sujeto, traficante de drogas, agresor de mujeres y de compañeros, antes
autodenominado anarquista, contaba con la simpatía de no pocas personas
al interior de ciertos entornos anarquistas al parecer por la violencia
que demostraba enfrentándose a la policía, misma violencia que luego
descargaba apuñalando (y no metafóricamente) a otros anarquistas por
rencillas de ego. El 31 de Diciembre de 2008 este sujeto fue detenido
por apuñalar a su pareja y dejarla al borde de la muerte. Aprovechando
que este individuo circulaba por algunas casas okupa, la policía realizó
allanamientos en okupaciones haciendo creer a sus habitantes que
estaban buscando a Gustavo Fuentes pero solo era la excusa para incautar
propaganda, bicicletas, cilindros de gas y las típicas cosas de esos
violentos operativos. Los interrogadores de turno trataron de involucrar
al Grillo con atentados explosivos y aparentemente lo amenazaron para
que entregara nombres de supuestos implicados en este tipo de acciones.
Decidido a salvar su miserable pellejo, este personaje colaboró con la
policía y los fiscales entregando nombres de personas y espacios y
vinculándolos con los atentados explosivos. Algunos de ellos eran
personas y espacios con los que tenía rivalidades personales, otros eran
conocidos suyos que sin mayores motivos fueron mencionados en su
declaración. Con estos nombres – más las líneas investigativas abiertas
con la muerte del Punky Mauri en Mayo de 2009- los fiscales alimentaron
la burda tesis sobre la existencia de una asociación ilícita terrorista
que llevó a un buen numero de compañeros a prisiones de máxima
seguridad, para luego tener que aguantar ver al delator a diario – ya
que en su delirio, “el Grillo” también se inculpó a sí mismo- en más de 6
meses de extenuantes jornadas de juicio oral donde los jueces
terminaron absolviéndolos a todos a comienzos de este mes de Junio.
Hace un par de semanas, este despreciable sujeto concedió una
entrevista al diario La Tercera, principal medio de comunicación que en
estrecha colaboración con la inteligencia policial preparó el terreno
mediático para justificar ante la “opinión pública” los allanamientos y
detenciones del Caso Bombas el 14 de Agosto de 2010. En esa entrevista,
“El Grillo” declara que entregó nombres para calmar a los agentes que lo
interrogaban, que nunca se imaginó las consecuencias de la información
que entregó a fiscales y policías y que ya no se declara anarquista sino
que “nihilista”, pues para vivir le basta con su “yo” y su “egoísmo”,
según sus propias palabras. Con esto quedan claras dos cosas. Una, es
que este sujeto colaboró abiertamente con la policía, justifica su
accionar y hoy quiere mostrarse como víctima. Otra es que con el ejemplo
de este miserable individuo que reivindicando el “yo” y el “egoísmo”
justifica la colaboración con el poder y fue capaz de apuñalar a su
compañera, se hace más que evidente que estos dos conceptos
reivindicados por nihilistas no siempre son revolucionarios o
antiautoritarios, ya que pueden ser utilizados para justificar el
proceder irresponsable y abiertamente autoritario de individuos tan
despreciables como Gustavo Fuentes Aliaga. Sobre nuestros puntos de
cercanía y distancias con el nihilismo, o más bien ante ciertas ideas
planteadas por algunos que se denominan nihilistas, nos referiremos más
extendidamente en otra ocasión.
El guerrero que se negó a delatar: ¡Fuerza Tortuga!
Ocho dedos menos, pérdida parcial de la visión, quemaduras de alta
gravedad en gran parte del cuerpo, condena pública en los medios de
comunicación, alejamiento de sus seres queridos, encarcelamiento en un
hospital penitenciario. Estas son las consecuencias que dejó en la vida y
en el cuerpo del compañero Luciano Pitronello el estallido del
artefacto explosivo que instalaba la madrugada del 1 de Junio de 2011 en
un banco Santander de la ciudad de Santiago. Enumeramos estas trágicas
consecuencias no para difundir el miedo de pasar a la ofensiva contra el
poder, sino que por dos razones muy concretas. La primera es porque nos
hermanamos con el análisis planteado por el compañero en su última carta
con motivo de haberse cumplido un año de aquella noche de Junio, donde
expresa la necesidad de que quienes se sienten parte activa de la lucha
contra el poder, tengan bien en cuenta sus consecuencias y cómo
evitarlas para no encontrarse con sorpresas o con un libro en blanco
cuando la represión -que actúa sin contemplaciones-, acecha o golpea. La
segunda razón para enumerar las consecuencias que hoy enfrenta el
compañero es que a pesar de la terrible situación en que se encuentra
nunca se mostró dispuesto a delatar a la persona que se encontraba con
él la noche del ataque. Con todo el peso del enemigo y de su propia
mutilación física y emocional, el compañero insurreccionalista Luciano
Pitronello no colaboró con la policía. ¿Con qué cara “El Grillo” puede
justificar su accionar delator? Luciano ha dado al mundo una
demostración de voluntad anárquica y revolucionaria al decidir no ser
doblegado por el poder. El compañero tiene todo nuestro respeto y
nuestra solidaridad permanente y activa que nos lleva a mantener vigente
su caso y arrojarnos con más fuerza a la lucha contra el poder.
Delatores en la sociedad y en los entornos de lucha.
La sociedad no es hoy una lucha entre clases con intereses
contrapuestos. Hoy, más que en otros tiempos, los oprimidos tienden a
identificarse con el modo de vida y los intereses de los opresores. Los
poderosos llaman a la colaboración con las instituciones y, ante todo,
con las fuerzas represivas. Desde pequeñas actitudes de soplonaje las
conductas contrarias al orden social son delatadas por ciudadanos que de
manera espontánea o premeditada se posicionan como jueces y policías de
sus semejantes. Desde evadir el pasaje del transporte público hasta las
actividades revolucionarias, hoy todo puede ser delatado por los mismos
explotados (no todos por supuesto, siempre hay terreno para
complicidades). Nuestro llamado permanente debe ser el no permitir que
estas conductas delatoras se normalicen y pasen impunes, ya sea en la
calle, en los barrios o centros de estudio (es sabido, por ejemplo, que
en la universidades donde hay agitación rebelde las policías tienen
incluso a estudiantes-policías trabajando para ellos de manera
encubierta).
Otro caso actual es el de las organizaciones reformistas, incluso de
organizaciones que se hacen llamar anarquistas pero que condenan
públicamente a quienes realizan acciones directas. Desmarcándose de
prácticas históricas dentro del anarquismo como la solidaridad y la
acción directa, ciertas organizaciones acusan a quienes utilizan la
violencia revolucionaria anarquista de ser terroristas o de contribuir a
que la represión apunte a las organizaciones anarquistas. Pasó en Chile
hace unos años con polémicas – a veces superficiales, a veces
profundas- entre plataformistas e insurreccionalistas. Está pasando hoy
en Bolivia, donde la llamada Organización Anarquista por la Revolución
Social (OARS) condena públicamente las acciones directas ante las
detenciones de activistas libertarios acusados de realizar acciones de
ese tipo. Esa organización también ha expresado explícitamente su apego a
las leyes estatales e incluso, según medios de prensa, dos de sus
integrantes detenidos habrían entregado a la policía nombres de
supuestos implicados en los ataques. Lo mismo está pasando ahora también
– nuevamente- en Italia, donde el ataque armado contra el asesor de una
empresa nuclear reivindicado por el Núcleo Olga de la Federación
Anarquista Informal ha sido la excusa para encarcelar a compañeros
vinculados con el apoyo a los inmigrantes, la solidaridad con los presos
políticos y la difusión de ideas anárquicas. Todo esto en medio de una
operación represiva masiva (el estilo italiano) precedida por
declaraciones de las autoridades en la prensa y también comunicados de
algunas organizaciones comunistas libertarias o anarquistas reformistas –
de esas que solo meten ruido cuando hay que condenar a “los violentos”-
que condenaron la acción del Núcleo Olga y los “excomulgaron” del
anarquismo como si de una iglesia se tratase. Todo este tipo de condenas
tal vez no sean delaciones explícitas, pero sí le facilita el trabajo a
la policía alimentando un contexto de aislamiento hacia quienes
practican la violencia revolucionaria. Cuando nos embarga el repudio por
esos anarco reformistas se nos viene a la memoria la mano anónima que
ajustició en Argentina en 1929 a Emilio López de Arango, anarco
reformista que acusó al anarquista de acción Severino Di Giovanni de ser
un agente del fascismo…
Ha habido también casos en Chile y otros países en que compañeros
entregan información falsa para despistar a la represión y no ser
acusados de ciertos actos. Los críticos de esta táctica plantean que eso
es peligroso porque una mentira puede llevar a otra y se puede caer en
un abismo de explicaciones sin sustento alguno. Por eso siempre se
recomienda mejor no hablar.
Sin embargo, a veces nosotros mismos casi sin darnos cuenta
reproducimos lógicas de delación e incluso de “autodelación”, que es
peor. Así ocurre cuando, por ejemplo, no falta el/la que pregunta
“¿Quién hizo esto?” cuando aparece alguna publicación, afiche u acción
cualquiera. Lo cierto es que a nadie debiera importarle quien realiza
ciertas acciones cuando estas hablan por sí mismas a través de su
contenido y su forma. Esto no quiere decir que todo debe quedar en el
anonimato (por ejemplo, en actividades públicas solidarias alguien debe
tomar la palabra y leer alguna declaración) o que quien pregunte cosas
de ese tipo sea necesariamente un policía. Lo que decimos es que el no
saber ciertas cosas (como quién hizo esto o lo otro) tiene que tomarse
como algo positivo y como parte de la amplia cultura de la conspiración
contra el poder, contra sus intentos de identificar y vincular a
compañeros con ciertas acciones. De la misma manera en nada contribuyen
las actitudes pseudo conspiradoras de quienes aparentan aires de
misterio para conseguir de manera conciente o inconciente algún tipo de
estatus superior informal al interior de algunos entornos de lucha. Esas
actitudes infantiles en nada aportan y solo llaman a la policía y
alimentan la boca de posibles delatores.
Concluyendo…
Cuando el delator es un ciudadano servil al poder, lamentablemente no
nos llevamos una sorpresa, pero nuestra propaganda también debe
abocarse a combatir las conductas de soplonaje y colaboración con la
represión.
Cuando el delator es un amigo o familiar, estamos frente a una traición afectiva y social.
Cuando uno mismo se acusa con sus palabras y actitudes, la egolatría se transforma en un enemigo a combatir.
Cuando el delator formó o forma parte de un entorno de lucha, no
podemos quedarnos indiferentes normalizando el soplonaje como algo
natural.
Que cada uno actúe en consecuencia
Saludamos con el puño en alto a Diego Ríos a tres años de su huida
rebelde, a Luciano Pitronello a un año de su ataque, a Gabriela Curilem,
prófuga del Caso Bombas, a los presos de Caso Segurity, a todos los
presos políticos y a todos los anárquicos amantes de la libertad.
Sin Banderas Ni Fronteras
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