Revista Terra Selvaggia/Páginas anticivilizadoras, nº 27, julio de 2013. Pág. 33
El hecho de que vivimos en un mundo de
mierda donde el Estado y el Capital nos imponen, básicamente sin
problemas, todo tipo de monstruosidades está más que claro. También es
cierto que sólo una pequeña minoría de la población intenta oponerse, de
forma más o menos consciente, a la supresión de todos los espacios de
autonomía y libertad que hacen que valga la pena vivr la vida. Como
parte de esta pequeña minoría, nosotrxs lxs anarquistas, conscientes de
la necesidad de destruir lo que nos oprime: ¿por qué no somos más
determinadxs e incisivxs?.
Uno de los frenos más grandes y
serios a nuestra acción es, seguramente, el miedo a poner, realmente,
nuestras vidas en juego. Muy a menudo, este es un aspecto central de la
lucha revolucionaria que no se aborda lo suficiente, porque nos obliga a
sacar cuentas con nosotrxs mismxs y con nuestras debilidades. Exaltamos
a las llamadas “pequeñas acciones”, fácilmente reproducibles, que
seguramente no asustan a la “gente” y, aunque seamos conscientes de la
urgencia y la necesidad del ataque destructivo al sistema
autoritario-tecnológico, somos reacixs a involucrarnos hasta el fondo, a
considerarnos en guerra y actuar en consecuencia.
Seguramente, es más fácil encontrarse
junto a cientos/miles de personas para defender un territorio amenazado
por alguna ecomonstruosidad que esperar solxs a su diseñador por fuera
de casa. No hablo de valor, todxs y cada unx de nosotrxs tiene miedo y
pone en práctica sus estrategias para controlarlo y gestionarlo; incluso
lxs que participan en una llamada “lucha social” están arriesgando la
cárcel o resultar heridxs (hay cientos de ejemplos en este sentido), no
considero que sea esta la distinción, sino algo más complicado, o sea,
la decisión de emprender prácticas de lucha que no contemplan ninguna
posibilidad de mediación con el Poder, que expresan el completo rechazo a
lo existente.
Participamos en asambleas en las que nos
hacemos ilusiones de contribuir a tomar alguna decisión aunque, por lo
general, nos ajustamos a lo que sugieren lxs compañerxs dotadxs de más
carisma; inevitablemente, el compromiso es siempre hacia abajo, después
de todo, tenemos que crecer todxs juntxs (siempre) y no asustar a nadie.
Nos hacemos ilusiones con contribuir a un proyecto colectivo, aunque
muy a menudo no sea el nuestro; el hecho de que estemos “entre la gente”
nos crea la ilusión de estar trabajando concretamente por la
insurrección, la próxima aventura.
Podemos compartir nuestras
responsabilidades con lxs demás y confiar en no quedarnos solos si las
cosas se ponen feas. No nos damos cuenta de cuánto de nuestra libertad
individual perdemos, es más, nos sentimos segurxs por los límites
impuestos por la asamblea, podemos esconder nuestra indecisión detrás
del riesgo de que nuestra impaciencia sea perjudicial para el proyecto
común.
Pero sólo cuando decidimos poner
totalmente en juego nuestra vida e, individualmente o con nuestros
afines, golpeamos el Poder donde más le pueda doler, sólo entonces,
tendríamos el control real y podríamos afirmar con alegría y serenidad
que estamos haciendo nuestra revolución. Poner en práctica una
perspectiva de ataque directo nos libera de los grilletes de las luchas
defensivas, nos permite infinitas perspectivas de acción y libertad.
No estoy haciendo la simple exaltación
estética del acto individual, soy consciente de que la insurrección es
un hecho colectivo, que estallará cuando lxs oprimidxs se levanten en
armas, pero el tema es el método con el que contribuir a provocarla,
nuestra vida es demasiado breve y el trabajo de demolición, demasiado
grande y necesario como para que se pueda esperar hasta que todxs estén
preparadxs. Es más, estoy convencido de que sólo soplando el fuego y con
el ejemplo de la acción, nos podremos acercar a tal momento.
Otro freno que veo a la posibilidad de
ataque de lxs anarquistas es la forma en la que muchxs compañerxs se
acercan a lo social, a las llamadas “luchas sociales”. A mi entender, a
menudo se parte de una consideración equivocada, se subestima a la
gente, esto nos lleva a ver lo social como algo que trabajar, a lo que
hay que acercarse con cautela para no asustarlo y, poco a poco, llevarlo
a posiciones más avanzadas hasta que, una vez preparado, nos
encontremos juntxs en las barricadas de la insurrección.
Yo estoy convencido de que lxs
anarquistas forman parte de lo social y de que deben relacionarse como
iguales con lxs “otrxs”, combatiendo todas estas actitudes
“paternalistas” que, inevitablemente, desembocan en la política. Lxs
anarquistas deben golpear y atacar con todas sus fuerzas, otrxs con
tensiones similares tomarán ejemplo de nuestra acción, encontrarán
nuevxs cómplices y, cuando finalmente también lxs demás explotadxs
decidan levantarse, estallará la insurrección.
Debemos ser nosotrxs quienes dictemos los
plazos y los momentos de lucha, cuanto más incisivxs y capaces de
golpear en los puntos exactos seamos, mayores serán las posibilidades
que tendremos de que se propaguen las prácticas de ataque directo. Esto
no quiere decir que no hay que participar en las luchas que surgen de
forma espontánea, sino que lo tenemos que hacer con nuestros métodos: el
sabotaje y la acción directa.
Si en cierta localidad las personas salen
a la calle para oponerse a una cierta nocividad, no es necesario que
tratemos de conocerlas una por una, que preparemos comida con ellxs y,
pasito a pasito, tratar de conseguir que suban algunos centímetros la
barricada que han construido. Esto no acercará la prospectiva
insurreccional, es más, debilitará nuestras fuerzas, debemos golpear a
la empresa que la construye, a quienes la diseñan, a quienes la
financian.
Debemos dejar claro que cualquiera puede
tomar las riendas de su vida y destruir aquello que lx destruye. Debemos
enfrentarnos a la policía, no sólo cuando intenta desalojar la
concentración de turno, sino provocarla y atacarla, hacer ver que es
posible, que se puede/se debe golpear primero a los que nos oprimen.
Algunx podría argumentar que mi manera de ver las cosas y entender el
accionar puede incubar los gérmenes del autoritarismo o del
vanguardismo.
Al contrario, creo que contiene, en sí
mismo, el antídoto a estos dos males que afligen a la acción
revolucionaria. No se disfrazan los propios deseos, se dice claramente
lo que se es y lo que se quiere y, sobre todo, en una relación de
igualdad con lxs demás, se demuestra que armando las propias pasiones,
cualquiera puede oponerse concretamente a este estado de cosas. La
política, en mi opinión, se oculta justo en el limitarse para seguir el
ritmo a lxs demás, en dejar de lado ciertos discursos para no “asustar” a
las personas que no se sienten preparadas para entenderlos.
Debe quedar claro que lxs anarquistas
buscan cómplices con lxs que sublevarse y no una opinión pública
moderadamente favorable a vagos discursos sobre la libertad y la
autogestión. Otra de las críticas que a menudo se les hace a lxs que
practican el ataque contra el Estado y el Capital, de forma más o menos
inteligente, más o menos acertada, es la de meterse en una espiral de
acción/represión con los aparatos del Poder sin dar pasos adelante en el
camino de la insurrección.
Ciertamente, es difícil negar que cuanto
más representemos un peligro para el Poder, más se emperrará este en
reprimirnos, pero esto, por desgracia, es natural y tal concatenación de
causa-efecto solamente se detendrá cuando la multiplicación y la
propagación de los ataques provoque la ruptura insurreccional.
Pensar que la revolución será sólo el
resultado de la toma de conciencia de lxs explotadxs, después de décadas
de “entrenamiento” en el gimnasio de las luchas intermedias, guiadxs
por una minoría de iluminados que lxs llevan de la mano, yendo a penas
un paso por delante de ellas, y aplazando continuamente el momento del
conflicto armado, es pura ilusión.
Esta práctica es dos veces perdedora
porque, renunciando a la acción directa, renunciamos a vivir plenamente
nuestra vida, a hacer aquí y ahora nuestra revolución. En segundo lugar,
es perdedora porque deja entender que el Estado dará tiempo a lxs
oprimidxs a que se den cuenta de su condición, de conocerse, de
organizarse y luego, tal vez, de sublevarse, antes de aplastarlxs.
Un pequeño ejemplo de ello sería la
República libre de la Maddalena [de la lucha No Tav de Val Susa]:
barrida antes de que nadie pudiese creerse que representaba un peligro
real para la autoridad estatal. Además, el Estado, tal vez, más poderoso
que la fuerza militar, dispone de un arma eficacísima: la recuperación.
Un ejemplo, cuando el problema de la vivienda es apremiante, las luchas
y okupaciones se multiplican y si los desalojos no resuelven el
problema, el Poder puede jugar la carta de la legalización. ¿Qué harán
lxs explotadxs con lxs que hemos luchado codo con codo una vez que
tengan un techo sobre la cabeza?
Quizá pidan más, continúen rebelándose,
pero se contentarán más fácilmente y nosotrxs estaremos obligadxs a
tirarnos de cabeza a la próxima lucha esperando que esta vez nos vaya
mejor… Solamente cuando nuestra acción no prevé la posibilidad de
mediaciones, cuando nuestra lucha va directa a destruir lo que nos
oprime, el Estado no nos podrá engañar con la recuperación: o tiene la
fuerza para aplastarnos o deberá sucumbir.
Si tenemos la capacidad de tratar de
difundir la práctica del ataque y de la acción directa, si sabemos echar
gasolina al fuego de las tensiones sociales, avivándolas e intentando
evitar la recomposición, tal vez, consigamos realmente incendiar el
terreno. Antes de concluir, querría detenerme en otro aspecto que, a
veces, parece ser un freno para nuestra acción: el análisis de los
efectos y las transformaciones del dominio.
Con demasiada frecuencia, parece que esta
no sirva para darnos mayor capacidad de incidir en la realidad, sino
para alimentar miedos y sensación de impotencia frente a la magnitud del
desafío y la monstruosidad de las nocividades que afrontar. Cuanto más
analizamos los aspectos totalitarios y perjudiciales de la tecnología,
más denunciamos los proyectos autoritarios del Estado y menos afilamos
nuestras armas.
Aterrorizamos a lxs que les gustaría
actuar con investigaciones más o menos profundas sobre los últimos
descubrimientos del control. No estoy sosteniendo que no sirvan los
análisis y las profundizaciones, sino que no deben convertirse en fines
en sí mismos, ejercicios de capacidad intelectual separados de la acción
directa. ¿Para qué sirve publicar listas interminables de empresas
responsables de la destrucción de la naturaleza si nadie las ataca? Ya
por sí solos, la inmensidad y la impotencia de los aparatos estatales y
económicos, a menudo, nos hacen dudar de la posibilidad de golpearles
con eficacia.
Desastres ambientales como la marea de
petróleo en el Golfo de México o Fukushima parecen decir que no se puede
hacer nada para detener la guerra de la sociedad industrial contra el
ser humano y la naturaleza. A pesar de todo, no somos indefensxs,
mínimxs instrumentos de análisis, la acción directa y la decisión de
unxs pocxs pueden demostrar que no todxs nos resignamos a aceptar
pasivamente y, al mismo tiempo, indicar a lxs demás explotadxs que
todavía es posible oponerse. Por ejemplo, la acción de lxs compañerxs
del núcleo Olga de la FAI/FRI nos dice que es posible solidarizarse con
lxs afectadxs por la catástrofe nuclear, también desde el otro lado del
mundo, y golpear concretamente a la industria del átomo.
Espero que mis reflexiones sirvan para
iniciar un debate entre compañerxs cara a aclarar y quitarse de encima
todo lo que nos limita en la acción anarquista. Coraje y fuerza para lxs
compañerxs que practican la acción anónima, coraje y fuerza para
aquellxs que dan nombre a su propia rabia, coraje y fuerza para aquellxs
que, con sus acciones, dan vida a la FAI/FRI: Hay todo un mundo por
demoler.
Nicola Gai
Casa Circondariale di Ferrara
Via Arginone 327
44122 Ferrara
Italia
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