Dejando a un lado el tedioso análisis de un futuro impredecible que no existe, y el lastre de un pasado-fetiche que ya fue, no nos queda, contemplando la situación actual, más opción que afirmar que el anarquismo, si quiere seguir teniendo una posibilidad de alcanzar la que se supone su meta (es decir, la anarquía) ha de dejar de ser social, de pretender buscar la ligazón con lo social; o lo que es lo mismo, ha de ser anti-social o corre el riesgo de desaparecer o aún peor, de transformarse en una burda corriente más dentro del espectro izquierdista o en una chabacana muestra más del espectáculo folclórico tan alentador para el sistema.
Y es que, queridos/as amigos/as, los tiempos en los que el anarquismo era una teoría social y buscaba su aceptación entre las masas han pasado, y ya no nos queda más que la guerra abierta y directa contra la sociedad, aislados/as de ella, hasta que se produzca su aniquilación,… o la nuestra.
Dos motivos fundamentales nos llevan a formular con tanta rotundidad tal afirmación. La primera es el fracaso absoluto de inserción social (lo que se suele denominar “llegar a la gente”). La segunda es que, ilustres compañeros/as, la gente está en otra, y ya no es que demuestre su pasotismo más o menos velado de antaño, es que podemos afirmar sin temor a equivocarnos que, por regla general y salvo honrosas excepciones y pequeñas e imprevistas sorpresas, la “gente” no pasa de todo, es que sencillamente está con el sistema, de su lado, en su barricada: es, lo queramos o no, nuestra enemiga.
El fracaso de la inserción social
Lo que generalmente las distintas corrientes revolucionarias y/o insurgentes han buscado tradicionalmente (desde el marxismo más radical hasta algunas tendencias nihilistas, pasando por el anarcosindicalismo y toda la amplia gama del anarquismo, salvo algunas excepciones) ha sido calar en la sociedad, “llegar a la gente”, impregnar su ideario y sus ansias transformadoras o incluso destructivas en la gente. Así, la “gente” o amplios sectores de la misma, han pasado desde tiempos ancestrales a convertirse en el (pretendidamente) sujeto activo de esa transformación o de esas pulsiones destructivas, bien fuera, según las diversas teorías (que hemos de recordar, no son más que interpretaciones bastante subjetivas de cómo es el mundo), la clase obrera en sus más variopintas caracterizaciones, el “pueblo”, los/as excluidos/as, el sector estudiantil-intelectual, las minorías étnicas, las mujeres, los/as homosexuales/bisexuales, etc…, el precariado, el lumpen, los/as presos/as, el mundo delincuencial y/o marginal, o todos/as juntos/as.
Es decir que básicamente la “gente” es la gente normal y corriente, de a pie, que se come todas las opresiones y la explotación diaria y cotidiana, incluyendo a veces el mundo de la marginación (voluntaria o forzosa: mendigas/os, putas/os, locas/os, presas/os,… etc).
Pues bien, básicamente, para llegar a la “gente” hay que estar a su lado, ser uno/a más, hablarles en su idioma, estar junto a ella, muchas veces pensar como ella (a grandes rasgos),… Absolutamente nada de esto se hace, y esto es porque la gente ha tomado partido por el sistema que a todos/as nos destroza la vida, sencillamente porque, pese a enfados momentáneos y a ciertas disfunciones más que aparentes, ese sistema les ofrece una vida ligeramente cómoda sin tener que pensar ni que mojarse, ni hacer nada más que obedecer y callar (cosa bastante fácil, por otra parte) o bien le arruina la vida de tal manera que bastante tiene con saber si va a comer o no como para andar con “tonterías” (maldito instinto de supervivencia).
A esto hay que añadir la peculiar composición de las personas que integran el anarquismo, por regla general jóvenes que no suelen trabajar, que muchas veces viven o realizan su actividad en okupaciones o simplemente se buscan la vida con becas, pequeñas estafas, robos modestos, vivir de sus viejos/as, rebuscar en la basura o con ciertos trabajos temporales, basando su estilo de vida en una ideología bien concreta, que hace que incluso la parte, no menos importante, de anarquistas que lleva una vida estable, trabajando habitualmente como uno/a más, no se adapte a la infamia colectiva (pese a heredar todos/as su miseria).
Entonces, exagerando un poco a propósito para ilustrar más gráficamente la exposición, cómo alguien totalmente consumido por el sistema, que no piensa más que en trabajar (porque dignifica o porque aun siendo una mierda “qué le vas a hacer si no”), en irse al centro comercial, en votar (y si no vota es porque se va a la playa o hay una eurocopa) , en ver la tele y en el maldito ocio con sus odiosas drogas, cómo demonios se va a acercar o a discutir con una panda de zarrapastrosos/as, soñadores, ilusos/as que no tienen los pies en el suelo, que no saben de qué guindo se han caído (y eso lo piensa la gente y lo pensamos nosotros/as), y que viven en casas llenas de trastos, pulgas y perros, y visten como pordioseros/as, punkis o quinquis y que además de hacer cosas inmorales e ilegales corren el riesgo de ir a parar a la puta cárcel, enquistados/as siempre en un guetto, una burbuja totalmente alejada del mundo exterior y con disputas más estúpidas e infantiles (no siempre, también las hay serias y por motivos graves) que las de la propia “gente normal”.
Por si fuera poco luego tenemos a compañeros/as, que trabajan y viven como gente normal y que siendo como uno/a más de ella, se encuentran con el ostracismo y predican en el desierto, llegando incluso a rebajar su discurso subversivo a pedir cuatro duros más en el trabajo o dos días de descanso (no renegaremos de mejoras parciales, pero habría tantas por hacer que al final en lugar de destruir el mundo, lo maquillaríamos), cuando obviamente la “gente” aunque quiere todo eso y mucho más, no está dispuesta casi nunca a mover un dedo al margen de las Instituciones Oficiales de la Queja (y muchas veces ni siquiera) porque está alineada con el sistema. Y lo está porque no quiere problemas, quiere una vida tranquila, sin sobresaltos y sin pensar mucho, obedeciendo, porque ser protagonista de sus vidas es muy difícil y hay que tomar decisiones más allá de la marca de móvil a elegir o de si me gustan rubios/as o morenas/os.
Para añadir aun más dificultad al asunto, hemos de sumar las propias miserias del anarquismo: ideologización extrema, falta de sentido común, estupidez, infantilismo (en el peor sentido de la palabra), pose y preocupación por el qué dirán, dogmatismos, ganas de ser más que los demás y de tener siempre razón, apatía, ineficiencia, disputas, y la lógica contaminación (a parte de los defectos ya mencionados, de los cuales muchos son también por esa misma contaminación) del mundo que vivimos en nuestro hacer y en nuestras relaciones sociales y hasta emocionales, etc.
Y entonces, qué queda, pues que cuando no convertimos descaradamente el ocio (que recordemos, siempre es capitalista y alienante por mucho que se disfrace de alternativo) en “lucha contra el sistema” a base de fiestas y conciertos, además poco imaginativos y no exentos de ir a remolque de modas insulsas e imbéciles, hacemos gala en contra de nuestros principios de la llamada al liderazgo y a la delegación: es decir pegamos cuatro carteles “difundiendo algo” o diciéndoles a otros/as lo que han de hacer para que luego ese sujeto subversivo, léase la “gente” (o el proletariado, las mujeres, inmigrantes, bandidos, negros, verdes, coloradas o jugadores de baloncesto retirados) lo haga; y es que eso es lo que tiene en convertir a otro en protagonista y no serlo directamente uno/a mismo/a, que tiene que actuar en consecuencia y de él se espera algo (que evidentísimamente, ni para atrás va a cumplir porque ¿acaso se le ha pedido opinión?).
Para rematar qué le ofrecemos a ese sujeto subversivo/revolucionario: esfuerzo, decepciones, que sea protagonista, le cargamos con el peso de una revuelta violenta (tal es nuestra propaganda muchas veces: una orgiástica sangría post-adolescente1), y encima no le proponemos un modelo de vida sino tan sólo vacías consignas y ambiguas fórmulas desfasadas y mal planteadas, que no sólo no le entran en la cabeza sino que además le repugnan.
Para terminar este punto vamos a comentar que a nosotros/as nos parece bien la ausencia de certezas, de alternativas y de ofrecimientos: no somos una agencia de viajes, no tenemos nada que ofertar, ni un modelo de vida ni un sistema ni nada; no vamos a mejorar nada ni a ideologizar, ni teorizar, nos va el rock n’ roll, nos gusta el caos y nos encontramos cómodos en la improvisación y en la destrucción y si a la “gente” no le gusta, aire… pero amigos/as que preconizáis la inserción en lo social, un poco de coherencia, ni vosotros/as, ni nosotros/as ni el anarquismo tiene nada que ofrecer a la gente (nosotros/as ni queremos) o lo que se ofrece no colma las ansias de una “gente” derrotada, domesticada, infantilizada,… hasta el lumpen más delincuencial, ilegalista y choricero se mueve bajo los parámetros de la mentalidad autoritaria y capitalista, y si se salta la ley y rompe las reglas del juego es porque no ha tenido oportunidad de seguirlas con éxito y/o porque quiere imponer las suyas (el hampa está llena de chivatos/as, traidores/as, aspirantes a jefes de la mafia marsellesa y basura, que aunque las más de las veces tengan más sangre en las venas que nosotros/as (nosotros/as quienes escribimos esto y nosotros/as los/as anarquistas) no son precisamente un ejemplo a seguir por su comportamiento, actitudes, etc…).
Es así, amigos/as, el anarquismo es manifiestamente incapaz de “llegar a la gente”, por dos motivos: porque la gente está con el sistema (entonces menos mal que somos incapaces) y porque no estamos ni con ella ni con la anarquía, sino en un limbo, en un mestizaje a medio camino entre la gente normal (por las mierdas que tenemos en la cabeza) y en la utopía o en la marginalidad voluntaria (por nuestra forma de pensar, por no emplear aquí el despectivo término ideología), siendo por lo tanto despreciados/as por todos/as y estando condenados/as a no encontrar nuestro sitio en ninguna parte,… y nosotros/as (quienes escriben esto) contentos/as.
La gente está en otra
En un momento histórico concreto, la “gente” tuvo que tomar partido: o la lucha incesante contra el sistema o el clásico “si no puedes con tu enemigo únete a él” (negociando antes las endebles condiciones de su rendición). Este momento histórico, no sólo en esa jaula de tierra a la que llaman España, sino en casi todo el mundo, fue el periodo que va de 1968 a 1982 (siendo muy generosos incluso se podría decir que va del 67 al 85, pero no nos queremos poner ni muy intelectualillos/as ni muy tiquismiquis). En ese momento la severa derrota infligida por el sistema, por meritos suyos y por miserias de sus oponentes, sumado a su perfeccionamiento inexorable hizo que la mayoría de la gente tomara partido por su vencedor. No sólo se la derrotó, sino que la gente aceptó su derrota y la negoció.
Prueba de esto es que mientras en otras épocas la gente fue derrotada pero seguía teniendo un cierto espíritu, un odio a su opresor, educando a sus hijos/as en ese odio (la generación del 68 es hija de la del 36), en este periodo del 68 al 82, la gente sucumbió y se vendió, sin tan siquiera inculcar a sus hijos/as ese odio, ese resentimiento de quien pierde hacia su vencedor. La siguiente generación (a grandes rasgos todos/as nosotros/as) crecimos sin odio, y nos empezamos a movergrosso modo por el tibio idealismo progre de la democracia, tan necesario para el capital y el Estado. Así pues con una leve ideologización a manos de la socialdemocracia (el instrumento político triunfador de esta época), sólo bastó contemplar las contradicciones del sistema para con nuestro tibio idealismo hacer algo al respecto, oponiéndonos a ese mismo sistema. Pero ¿acaso nuestros/as padres/madres hicieron algo a parte de votar a la izquierda y decirnos que no nos metiéramos en problemas?
Nuestra generación es la de la frustración, y ahora la gente o está derrotada y lo acepta o es savia nueva que de poco se entera y se entrega a las relativas comodidades de un sistema que le ahoga y exprime. La “gente”, esa a la que el anarquismo pretende llegar sólo salta ya (y cuando salta) ante situaciones inaceptables coyunturales, y cuando salta es por ineptitud del sistema que no sabe dar salida pacífica y ordenada a esa queja (lo que llaman “malos gobernantes”), y en cuanto se subsana la “gente” vuelve a sus asuntos. No va más allá y la cosa no se desborda no porque no sepamos “radicalizar conflictos” (que ciertamente no sabemos, porque como hemos dicho antes nos acabamos de caer de un guindo), sino porque la gente no quiere que se desborde, sólo quiere subsanar su puto problema porque no quiere tener problemas.
A ver si queda claro que a la peña le importa un pimiento todo lo que no sea su pretendido bienestar, debido a su voluntario sometimiento al sometimiento obligatorio que el sistema nos impone, del cual se obtiene contraprestación porque mentalmente ya nos han dominado a todo/as antes incluso que materialmente (o como mínimo a la par). Se pueden pegar todos los carteles que se quieran que a la gente le va a chupar las pelotas la huelga de hambre de tal o cual preso, tal o cual despido, tal o cual desalojo, tal o cual contaminación. Para que alguien escuche primero se tienen que dar unas condiciones (o sea, que te tiene que oír, vamos), y luego además te tiene que querer escuchar. Y la gente, la sociedad no sólo no goza de las condiciones necesarias para escuchar sino que además no quiere.
Sí, amigos/as, la “gente”, esa a la que se quiere llegar, es nuestra enemiga, porque es una esclava satisfecha, una ramera que se vende al mejor postor. Por supuesto siempre hay excepciones, matices, variantes, grises dentro del blanco o negro, etc… pero actualmente y como dicen en una conocida peli de Hollywood: “hasta que la gente no sea liberada es nuestra enemiga”. Y es que el civismo, la quintaesencia de la democracia, la forma más perfecta de civilización, la expresión política de la sociedad, hace estragos (y la tele y las drogas, también).
Así son las cosas, es mejor asumirlo y prepararnos para lo que viene, que va a ser más duro que la mierda seca.
Y con todo esto lo que queremos decir es… Si entras en una discoteca y pretendes dirigirte a la gente que en ella se halla con la pretensión de que te escuchen, para empezar tendrás que apagar la música (y para que no hagas eso están los porteros y el DJ), sea con alguna artimaña o a hostias. Luego, una vez que la gente te oiga, entonces sí les podrás hablar (otra cosa es que te escuchen) porque se habrá creado un silencio y una expectación. Si lo que haces es chillar o repartir octavillas dentro de la disco mientras todo el mundo baila reguetón, tal vez te hagan caso un par o tres y puede que hasta haya alguien que no te envíe a freír espárragos (alimento sano y nutritivo por otra parte). Incluso hasta puede que a alguien convenzas y se una a tu causa, pero si nadie te oye vamos mal. Luego… luego empezamos la casa por el tejado.
Con este ejemplo lo que se quiere exponer es que nuestros esfuerzos no deben ir encaminados a llegar a la gente, sino directamente al ataque directo al sistema para además de conseguir un cierto debilitamiento en él, crear las condiciones para que la gente susceptible de poder querer escuchar, tenga la posibilidad de hacerlo. Hoy en día el sistema depende totalmente del sistema tecnológico. Deja una ciudad sin luz 3 días y que una minoría cabreada comience con saqueos y eso se puede extender como la pólvora y ahí se decreta el estado de sitio y los gobernantes contienen la respiración. Ese es el momento de la propaganda, la de los hechos, y no al revés. La propaganda vulgar que se saca a menudo (carteles, pegatinas, charlas y demás) debería plantearse como guerra psicológica contra un enemigo hostil, para conseguir su desánimo e incluso su deserción. En la guerra mundial, aviones de ambos bandos lanzaban octavillas propagandísticas (del tipo “estáis acabados” o “aquí se come mejor”) en ciertos momentos claves sobre las trincheras enemigas para provocar deserciones o simplemente desmoralizar (¿no gusta tanto citar a Von Clawsevitz en los panfletos?, pues hale, hale, coherencia y práctica).
Es por esto que pensamos que actualmente todo el método de lucha anárquica está equivocado. Para empezar no sentimos odio, simplemente nos movemos sin demasiada convicción por una ideologización extrema y defectuosa debido a un proceso de sobresocialización, que no nos lleva a la guerra por que sintamos odio o estemos jodidos/as de verdad, sino simplemente a un inocuo activismo político (a veces más incendiario y destrozón, a veces menos) que no es más que una mera actividad substitutiva ante el vacío existencial que padecemos (que no nos lo creemos vaya, sino que es por pasar el rato, lo mismo que podríamos estar en el equipo de futbito de los escolapios o jugando al ajedrez o a la playstation), lo que hace que arriesguemos poco para no acabar con serios problemas y que esa actividad política indistinguible salvo por matices y detalles de la izquierdista se canalice hacia una oposición pseudointelectualoide de cariz más cultural: o sea, que delegamos una vez más diciéndole a la gente lo que ha de hacer (perdón, “ofreciéndole al sujeto revolucionario las armas teóricas para que radicalice supráctica”), en lugar de hacerlo nosotros/as mismas/os porque “no tenemos la fuerza suficiente” (en nuestro pueblo eso se llama cuantitativismo, y que los sostengan los/as anarcosindicalistas, vaya y pase, porque su doctrina – tremendamente equivocada, por cierto – se basa en eso, pero que lo sostenga la presunta radicalidad anárquica, tiene, con perdón de la expresión, cojones). Y eso ocurre cuando no se confunde burdamente guerra social con fiestón en la okupa (por supuesto siempre para financiar movidas y para “atacar” la propiedad privada y denunciar la especulación de manera lúdica y divertida), que es más “entretenido” y menos “marronero”, aunque luego la gente , a la que recordemos, se quiere llegar, proteste por el ruido o por las meadas en el portal, o el típico encerrarse en el local de cada cual (suponiendo que lo tenga) pasando del resto del universo anárquico porque se tiene la razón y se mola más que el resto2.
Así pues, qué hacemos entonces. Bueno, nosotros/as podemos esbozar más o menos modestamente nuestra ligera (y según algunos/as confusa) idea de qué hacer y luego cada cual verá qué hace de su vida,… o que le dejan hacer.
Pensamos que el anarquismo debe ser, al menos aquí y ahora, anti-social, es decir, renunciar a “llegar a la gente”, dado que la sociedad es nuestra enemiga. El anarquismo, pensamos nosotros/as, es una actitud individual ante la vida y no una teoría social ni una ideología política. Cada individuo se va haciendo por sus experiencias e influencias y quien caiga del lado anárquico (se le puede dar una pequeña ayudita, pero cuando “esté a puntito” no cuando sea un enemigo manifiesto) acabará con nosotros/as. Es por ello que deberíamos seguir dos vías:
(1).- guerra psicológica contra el enemigo; esto es propaganda en el sentido clásico del término (escrita, hablada, pintada,..etc), pero no de manera sistemática como se hace ahora, sino selectiva y en momentos puntuales, para provocar desmoralización y tratar de conseguir deserciones. Recordarle a nuestros enemigos que su vida es una puta mierda, que vivimos relativamente que te cagas al margen de su apestoso mundo al cual (aunque no sea cierto) no necesitamos para nada.
(2).- ataque directo al sistema, para debilitarlo y provocar situaciones donde se nos pueda oir (ya veremos si luego se nos escucha), del viejo estilo “dejo una ciudad sin luz y luego la saqueo” o “colapso el tráfico”,… no nos vamos a extender, ejemplos hay muchos y con sus lógicas modificaciones y matizaciones recomendamos encarecidamente leer las novelas (una gráfica, la otra literaria) V de vendetta y El club de la lucha, de las que se pueden obtener edificante ideas.
La gente está puteada y lo sabe, pero es nuestra enemiga por su mentalidad servil3, lo que hay que conseguir es derrotarla, a ella y a su sociedad, desmoralizarla y crear situaciones que abran las puertas al caos, a lo imprevisible, al desmadre, a la par de atacar. Si hay un futuro (cielos, esperemos que no con el histrionismo y el sarcasmo que nos caracteriza) se halla en la destrucción. La destrucción ha de preceder a todo, el resto viene después. Y ese es otro de los graves errores del anarquismo, en lugar de priorizar la destrucción acompañada puntualmente con propaganda, difusión, etc (porque como bien sabemos la “gente” no nos va a salvar la papeleta, seamos coherentes y rechacemos el delegacionismo y el iluminismo cristiano del que lamentablemente adolece el anarquismo) y de crear situaciones, lo hacemos al revés, primero y ante todo los papelitos (diciendo tonterías las más de las veces aunque el fondo esté justificado) y luego si eso ya tiraremos cuatro huevos de pintura a una sede de un partido o pondremos tres cartelitos en algún sitio, haremos cinco fotos y lo colgaremos en el youtube o en indymierda con una reivindicación super-espectacular al viejo estilo de las Brigate Rosse (porque eso sí, militaristas – y recordamos que el militarismo es, como el veganismo, una actitud, no usar armas en un momento determinado – y espectaculares, los/as anarquistas somos un rato largo). Invertir los términos es lo que necesitamos, hacer todo al revés de cómo lo hacemos y suprimir esas tediosas dinámicas de pose, falta de sinceridad, espectáculo y fiestitis (antaño era la mani-manía, pero el anarquismo ya no sirve ni para eso, y conste que no defendemos las manifestaciones por sistema y menos las procesiones que son/eran). Lo demás ya vendrá.
El anarquismo es fuerte en el conflicto, con la inacción se nos va al garete, y la actual mentalidad en su seno no ayuda a la tensión ni al conflicto. Hemos de transformar nuestro tibio e izquierdista activismo político en una guerra contra el sistema. Llevar la guerra a casa del propio sistema, hasta la cocina y ser siempre imprevisibles e irreductibles. Un mundo de posibilidades se abre ante nosotros/as si sabemos aprovecharlo, y nuestra potencialidad si queremos puede ser enorme. Una minoría actuante e implacable, a la que se sumen nuevos/as inadaptados/as puede hoy en día, hacer más daño que una masa borrega y adocenada (sin menospreciar el enorme potencial de una turba cabreada). Somos Únicos, somos potentes, podemos ser imparables, no nos entretengamos a esperar a la masa, salgamos de la manada y actuemos,… el contagio llegará con el tiempo y siempre es mejor hablar en negativo de algo que se odia que en positivo de lo que se quiere (en un disturbio, cuando alguien empieza a destrozar si el resto está lo suficientemente cabreado siempre se le sumará,¿por regla general, alguien se nos suma cuando iniciamos un huerto urbano?).
Por la liquidación social, por el caos, por la anarquía, seamos anti-sociales, entre el comunismo o la barbarie, elijamos la barbarie (ya vemos a dónde nos lleva el comunismo). Entreguémonos a la implacable y placentera tarea de la destrucción, el resto ya vendrá después (si ha de venir).
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